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Opinión: ‘Nuestra banda’. Jesús Pérez Rubio, vecino de La Canyada

Artículo de la edición impresa de julio de 2.021.

“Nuestra Banda”.

La tarde va tocando a su fin. Las tranquilas calles de La Cañada, a estas horas, muestran la típica imagen de las inseparables parejas de humanos y caninos paseando.

A algunos nos encantan estos momentos. El calorcete de junio va dejando, poco a poco, paso a brisitas algo más frescas, olor a jazmín, galán de noche o sencillamente a la pinocha que cruje suavemente a nuestro paso. Rebasamos el bosquecillo del Ambulatorio, cuando nuestro oído percibe unos acordes que no son los del trinar de los pájaros.

Conforme nos acercamos a la Plaza el sonido se hace más claro. Diseminados por el jardín, frente a la puerta de la Iglesia, unas cuarentenas de músicos tratan de extraer de sus instrumentos las mejores notas. Frente a ellos un individuo joven, barita en mano, trata de acompasarlos poniendo toda la pasión necesaria para tan noble empeño.

¡La tarde se ha vuelto perfecta! A todas las sensaciones de este momento se suma el sonido tan español de la música de una Banda. Cierro los ojos y me dejo llevar. Bien es cierto que es un ensayo y se nota. Recuerdo los cientos de ensayos de cuando cantaba en un coro en mi adolescencia, Cuando preparábamos, una y otra vez, aquellas misas cantadas, bodas, comuniones… Aquellos momentos de franca camaradería, tratando de dar cada uno, lo mejor de nosotros, de acompasarnos a nuestros compañeros de canto. Aquellos momentos de nervios, de preparar voces, guitarras o timbales sabiendo que en su día tiene que salir perfecto, de hacerlo bonito ¡Y disfrutar!

Los veo allí. Tan puestos. Quitando horas a su vida familiar para entregarse a la pasión de la música. Los veo como héroes. Como los últimos de Filipinas o los 300 de Las Termópilas. Como un último reducto contra la velocidad del tiempo. ¡Los sonidos son los de antes!  Flautas, clarinetes, oboes, tubas, timbales, cajas, platillos… Dispuestos en semicírculo; viento delante y percusión detrás, pero todos al unísono.  Con los ojos aún cerrados me vienen películas de los 70, de los 80. Me viene parte de la historia de España.

En la Banda de irreductibles, observo caras nuevas, muy jóvenes, con mucha ilusión. Y caras de los de antes, no tan jóvenes, pero con idéntica ilusión. Los conoces como vecinos o por sus profesiones, pero allí los ves como músicos, no como oficinistas, maestros, jardineros o militares. Sin su habitual Local de ensayo, lo hacen ahora en el jardín de la Iglesia, pero ahora aportando recuerdos y cultura a todo caminante que pasa. 

No soy el único que ha parado a escucharles. Varios vecinos y amigos coincidimos en los alrededores. Todos con la sonrisa en la boca. Con ese punto de unión que es la música.

Acaba el ensayo, aplaudimos algunos.

El director de la Banda, una eminencia, les arenga: “Lo habéis hecho muy bien, y el Domingo haremos todo lo que podamos…”

El Domingo tocarán en la plaza, allí procuraremos estar algunos. Respiraremos camaradería, guiños y cultura. Y echaremos de menos no pertenecer a algo tan vivo como es nuestra Banda.

Los dejas recogiendo sus instrumentos, guardándolos en sus fundas.

Me alejo calle abajo.

En mi cabeza aún suena “La morena de mi copla” interpretada tan deliciosamente por la Banda:

“Julio Romero de Torres

Pintó a la mujer morena

Con los ojos de misterio

Y el alma llena de pena…”

La letra, esta vez, la pongo yo. Con el permiso de Manolo Escobar. ¡Claro!

Jesús Pérez Rubio.

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